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10 may 2017

La aguja y la paja

Post de Mónica Bastos

Los Mayas pronosticaron que en el 2012 el mundo llegaría a su fin y se equivocaron. Cierto es que podemos afirmar este error, ya que tú estás leyendo esta entrada que yo estoy escribiendo.
Pero realmente, si vamos más allá del año y del tipo de destrucción que predijeron, sí podemos darnos cuenta que el mundo en cierta medida y por esos años llegó a su fin; al menos de la manera que lo conocíamos.

La llegada de la cámara engendró un fenómeno que está en plena etapa de adolescencia; en una auténtica turbulencia hormonal. Este fenómeno no es otro que el de la imagen y el uso de la misma. Hemos pasado de la época en la que solo algunos privilegiados podían permitir ponerse delante de una cámara a una etapa en la que las nuevas prótesis manuales, me estoy refiriendo al teléfono móvil, dejan inmortalizado hasta el más nimio de los momentos.

Hemos aprendido a posturear, a vendernos, cuidando celosamente nuestra imágen y la de nuestra empresa. Nunca antes habíamos estado tan expuestos, con tantos ojos acechantes esperando por un momento singular. Organizaciones y/o personalidades trabajan en en campañas metódicas para el logro de una imágen “marca” que a veces se ven afectadas por acciones puntuales.

Pongamos el ejemplo de Lisboa. Según el informe inmobiliario de la consultora PriceWaterhouse (PwC), Lisboa es una de las mejores ciudades europeas para invertir en ladrillo. La entrada en la ciudad sorprende con la cantidad de construcciones y atascos que te dan la bienvenida (foto 1); y que nada tienen que ver con la imagen utilizada para promocionar la ciudad (foto 2). Podemos añadir, que la creencia nos dice que los portugueses son muy trabajadores.






Obviamente para embellecer la ciudad es necesario sufrir ciertas incomodidades de reparaciones urbanísticas y, cómo no, la cámara está ahí para ser testigo.

La siguiente imagen fue realizada en los soportales de la Plaza de Comercio.


Desconozco la intención de este tipo de situaciones pero está claro, después de una pequeña inspección, que los participantes conocen el orden de protocolo y lo siguen, a pesar de no encontrarse en un acto oficial. Obviando la figura de la autoridad, nos encontramos con un ejemplo impar de ordenación protocolaria. El anfitrión, con atuendo diferente al resto de asistentes,  se encuentra en el centro de la imagen; lo acompañan en ambos sentidos, diferentes personalidades que siguen un orden jerárquico (6 4 2 1 3 5 7), tal y como podemos observar en el organigrama de los órganos de una organización de obra[2]:
1.    Anfitrión (obrero)
2.    Capataz
3.    Encargado
4.    Subcontratista/destajista
5.    Topógrafo
6.    Maquinaria
7.    Jefe de obra

Siguen un orden, una etiqueta y el acto se realiza dentro del horario de la jornada laboral. Por lo tanto, personalmente, creo que esta imagen vende la buena disposición de los funcionarios para llevar a cabo su labor.

No dejemos de vendernos. Las interpretaciones son personales y siempre hay que ver la aguja entre tanta paja.

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